domingo, 8 de noviembre de 2009

Bibliografía Anotada 8.-




Los nuevos derechos humanos: gobierno electrónico e informática comunitaria



Autor: Javier Bustamante Donas Profesor de Ética y Sociología. Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del Centro-Instituto Iberoamericano de Ciencia, Tecnología y Sociedad (CICTES) Profesor visitante del Departamento de política científica e tecnológica (DPCT). Universidade Estadual de Campinas (UNICAMP). Correo electrónico: jbustamante@telefonica.net. España.

Propósito: Este artículo analiza la relación entre derechos humanos, tecnología y democracia. En particular, la relación entre el uso de Internet, las políticas de inclusión digital y el desarrollo del gobierno electrónico, con referencias a los casos de Brasil y España. Se identifican factores que suponen un cambio real en la definición de los límites de la democracia y en el concepto de ciudadanía. El movimiento Linux, las comunidades virtuales y la ética de hackers son manifestaciones de una primera generación de usos alternativos de profundo poder transformador. Los conceptos de ciudadanía y de derechos humanos se redefinen en este nuevo entorno a partir de un nuevo conjunto de valores y metáforas, de un nuevo paradigma ético.


Metodología: Este artículo se encuadra en el proyecto de investigación A/6909/06 de la AECI (Agencia Española de Cooperación Internacional), titulado: Experiencias de inclusión digital y gobierno electrónico en las administraciones públicas. Un estudio comparado Brasil - España.
Publico: dirigido a un público de ciencias sociales en general. Y todo público interesado en conocer en que consiste el equilibrio entre lo virtual y lo real.



Conclusiones:


Creatividad social frente a la desesperanza
A pesar de todas las iniciativas anteriormente indicadas, siguen existiendo dudas razonables sobre la vitalidad de las democracias representativas y su capacidad para satisfacer las demandas de protección de los derechos básicos, así como las posibilidades de realización personal. No existe mejor antídoto contra la paralización de una democracia representativa —y para la promoción de una democracia participativa— que una apropiación inteligente y creativa de la tecnología. En 2004 cobró en España una especial relevancia la relación entre el uso de Internet y la telefonía celular y el ejercicio de la democracia popular a través de la movilización política de la ciudadanía. Después de los atentados terroristas del 11 de marzo de dicho año en Madrid, y en la víspera de unas elecciones generales, diferentes grupos de personas protestaron en la Puerta del Sol, centro neurálgico de la capital de España, y frente a la sede del Partido Popular en la calle Génova. Se acusaba al gobierno presidido por José María Aznar de ocultar información clave sobre la autoría de dichos atentados, de retrasar la divulgación de datos de la investigación policial que refuerzan la hipótesis de un atentado terrorista islámico. Si se sostenía por tan sólo unos días la autoría de ETA durante unos pocos días más, el gobierno renovaría seguramente su mandato. Sin embargo, si los electores estableciesen una relación de causalidad entre los atentados y la participación española en la guerra de Irak, habría grandes posibilidades de un vuelco electoral por el previsible voto de castigo de una población profundamente irritada que ya se había manifestado mayoritariamente en contra del conflicto. Habían sido convocados a través de Internet y de mensajes SMS enviados y recibidos por teléfonos celulares. Son flash mobs (muchedumbres relámpago), convocadas en un tiempo record, movilizadas con una flexibilidad desconocida hasta ahora. Sólo un año antes, el 15 de febrero de 2003, millones de ciudadanos participaron en la primera telemanifestación global de la historia. Los organizadores articularon el tempo de la misma a través de Internet, comenzando en Australia e incorporando sucesivamente ciudades de todo el mundo en función de su diferencia horaria. Una multitud de lenguas y lemas la conformaron, reflejando el carácter multicultural de los participantes. Eran gentes con diferentes orígenes, diferentes culturas, sin que puedan señalarse otros criterios de uniformidad más allá del propósito de la manifestación: la protesta contra la intervención bélica occidental en Irak. Seguramente no es un caso anecdótico, sino el síntoma de que están surgiendo nuevas formas de participación popular en los asuntos públicos desencadenadas por la apropiación social de la tecnología, que se manifiesta en la aparición de formas creativas de usar la tecnología que la población comienza a tener a su alcance. En este caso, los juguetes digitales se transformaron en armas políticas de primer orden. Nos falta definir los criterios y las circunstancias que pueden llevarnos de un fenómeno al otro. Será, sin duda, una tarea pendiente para la ciencia política. Y tendrá también una notable dimensión práctica de la política, pues los movimientos sociales se potenciarán por el uso de una tecnologías cuya potencialidad va mucho más allá de los usos previstos por sus creadores.
Junto con estas nuevas formas de apropiación social de la tecnología, las medidas de universalización de acceso a la información, la inclusión digital y el uso intensivo de las TIC contra las desigualdades, forman parte de una malla de iniciativas institucionales estratégicas para un desarrollo sostenible, el combate contra la pobreza, la democratización y la inserción de países semiperiféricos del área latinoamericana en un contexto de globalización. Salvar la brecha entre info-ricos e infopobres es uno de los elementos de cohesión social y estabilidad democrática, y por tanto debe ser un objetivo clave para las administraciones públicas.
Las estrategias de defensa de derechos humanos tienen un nexo esencial con el desarrollo de políticas de gobierno electrónico y las iniciativas de inclusión digital. El acceso a las comunicaciones telemáticas es la nueva cara de la libertad de expresión en la era de la información. Todo ciudadano debe tener el derecho a utilizar los servicios de la administración que van incorporándose a la Red, y ser ciudadano de pleno derecho en la era de la información supone la capacitación necesaria para hacer uso de estas tecnologías independientemente de la condición social. No es sólo un problema de democratización de los beneficios tecnológicos, es una cuestión de soberanía nacional, y supone el deber de incentivar el desarrollo y la autonomía de una inteligencia colectiva capaz de garantizar la inserción autónoma de nuestros países en un entorno globalizado.
Usos alternativos, nuevas interpretaciones de la tecnología, sin consecuencia del horizonte de interpretación que cada individuo, cada comunidad, proyecta sobre la tecnología que tiene a su alcance. Quizá sea éste el caldo de cultivo de una nueva forma de vivir la tecnología. No existe una forma canónica, óptima, políticamente correcta de entender la informática. Históricamente la tecnología ha tenido una dimensión instrumental y, por tanto, los artefactos podían ser entendidos como herramientas que servían a un fin determinado de antemano. Así, un martillo sería la extensión de nuestros brazos para poder golpear o percutir con mayor fuerza. Explicada la función, explicado el artefacto. Sin embargo, no ocurre lo mismo con la tecnología informática. ¿Cuál es la función de un computador? ¿Dónde se cierra el abanico de sus aplicaciones posibles? La respuesta tiene que ver con la teoría de autómatas, con el modelo llamado máquina de Turing, que demuestra que un computador es un ente que tiene sintaxis, pero no semántica. Es decir, transforma signos, pero desconoce el significado de los mismos. Cualquier transformación es posible, cualquier regla puede ser aplicada. En la práctica, esto se traduce en que un computador sirve para todo, no se agota su conjunto de aplicaciones, limitado tan sólo por la creatividad humana. Es extraordinariamente flexible, y no agotamos su significación cuando decimos que es un instrumento de procesamiento de información. Por tanto, es posible que a partir de estas experiencias se descubran nuevas formas de entender la informática, de hacer de ella la expresión de una cultura propia, de usarla como palanca para una transformación autónoma, genuina, de los modos de vida de las comunidades que han vivido de espaldas a la tecnología. Muchos piensan que esto es sólo una utopía, que, en el fondo, cuando se extienda el uso de las TIC a otras personas, a otros colectivos ahora excluidos, no vamos a encontrarnos ninguna novedad: aprenderán a usarlas según los modelos vigentes, aplicando a rajatabla una visión neoliberal de la tecnología.
Ellul (1954) afirmaba que las lágrimas y las alegrías humanas son cadenas para la aptitud de la máquina, y que la tecnología se encuentra enfrentada a una expresión humana de la cultura. Frente a esta desesperanza, quiero recordar un notable caso histórico donde se muestra que este camino no es inevitable. Acabada la Guerra de Secesión en los Estados Unidos, los esclavos liberados no tenían capacidad adquisitiva para comprar instrumentos musicales. La única opción fue conseguir a un precio módico la chatarra de la guerra: trompetas, timbales, tambores, clarinetes...Tampoco tenían educación musical formal, puesto que la entrada en los conservatorios era impensable para ellos. Los esclavos no tenían derecho a la educación, y menos aún a la educación musical. Todo parece indicar que no existían las condiciones para desarrollar una expresión musical de calidad. Sin embargo, la historia nos cuenta algo muy diferente: a pesar de la limitación técnica de los instrumentos disponibles, a pesar de la carencia de formación musical —o precisamente por eso—, en lugar de imitar las formas musicales vigentes, acabaron inventando el jazz y el blues, considerados por muchos como una auténtica música clásica del siglo XX. Encontraron la forma de usar los instrumentos disponibles como expresión de una riquísima tradición cultural afro-americana. ¿Por qué no puede pasar lo mismo un día con la informática comunitaria? Estemos atentos a las políticas de inclusión social de colectivos tradicionalmente marginados. Prestemos atención a los movimientos alternativos —hackers, radios libres, ciber-okupas, software libre o de código abierto, Linux, etc.— pues van más allá de simples iniciativas tecnológicas. Encarnan formas de concebir la existencia, proponen nuevas vías para extender los derechos humanos y la justicia social, ponen en tela de juicio los fundamentos de la economía vigente, postulan nuevos paradigmas éticos, como es el caso de la ética de hackers. En definitiva, si los derechos humanos tienen como razón de su existencia la extensión a todos los individuos sin excepción de los estándares de una vida digna, de una vida que puede ser calificada de humana en sentido pleno, la informática es una aliada fundamental. Saber cómo integrarla en las culturas populares sin que éstas pierdan su esencia; aprender a usarla como palanca para la profundización de los derechos humanos, se convierte en una de las tareas esenciales en un mundo donde la tecnología, más que un instrumento, es una forma de vida.

Disponible en: . ISSN 1690-7515.

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